miércoles, 18 de abril de 2012

Gernika, los ecos de la palabra


Fotografía: Canal de Historia
Siendo de Gernika, desde niña he escuchado historias y anécdotas relacionadas con el Bombardeo. En la escuela realizábamos narraciones y redacciones sobre las historias de nuestros mayores. Hasta fuimos a Madrid a ver la gigantesca obra de Picasso.

Aquel terrible acontecimiento que hoy es parte de la historia, conforma el ser de quienes somos de Gernika. Vivencia en primera persona de familiares, de  “aittitte” y “amuma” (abuelo y abuela), recordada con semblante sombrío y tristeza en el alma.

En el transcurso de los años que nos llevan de la niñez a la madurez, se concreta la imagen de lo sucedido y se esculpe en el corazón una especial muesca que dota de sentido al hecho de ser de Gernika.

Tendría unos doce años cuando pregunté a aittitte y amuma cómo vivieron aquellos días del Bombardeo. Mi abuela lo contaba llorando. Mi abuelo, callaba las lágrimas y mostraba la determinación del silencio como ofrenda.

La mujer coge a los niños y huye al monte. Salva la vida gracias a la suerte o quizás al mero azar de cambiar de sitio. El niño tiene hambre. Ciega de terror, las tripas puestas en poner a salvo a los pequeños, pasos cansados cruzando montes, cae al río y a punto está de morir ahogada, personas amigas inertes en la tierra, fuego, humo, huir, huir, criaturas que lloran, hambre, y caminar … el barco, clandestino, a Francia. Lágrimas rotas … el marido en algún lugar en el frente.

- Aittitte, ¿mataste a alguien? Mirada triste y oscura profundidad, sonrisa cansada. Y la nada.
Creo que la maternidad y los años nos dotan de otro prisma. Yo hoy, ahora, entiendo mejor la pasión por defender a las propias crías, la fuerza de querer vivir, me asomo al abismo insondable de vivir sin saber si el amado vive, conozco algunas caras de la muerte, … y aún no sé nada.

Yo no volví de Francia a casa de mi madre, sin nada. Yo no busqué trabajo aquellos años, no recorrí las cárceles buscando a mi marido, queriendo saber … o no. No me preparé para escuchar la sentencia de muerte por fusilamiento de mi marido para después, quién sabe por qué, cambiara por la podredumbre del cuerpo y del alma, enjaulada durante tres años. Ni siquiera alcanzo a imaginar el primer encuentro de marido y mujer en la cárcel, saber que están vivas ellas, saber que está vivo él … jóvenes ancianos.

Se quiebran las almas, se descomponen los valores, el ser persona, … En casa de mi tía, una caja de madera tallada en la cárcel. Manos jóvenes y vieja navaja que esculpen los nombres de los hijos y de la hija, el nombre de la esposa. Cincelados los sentimientos y las heridas del alma, talladas las angustias, los miedos, las esperanzas.

Hoy mi hijo ha contado en la escuela lo que su abuela escuchó de niña en casa, lo que su abuelo vivió con tres años de edad. Es un niño que se preocupa y entiende, tanto como se lo permiten sus diez años. En el azul de sus ojos asoma sobre todo la fuerza de vivir. En un universo tecnológico surcado por dinosaurios, pokemon y dragones mágicos, el Bombardeo de Gernika ocupa un lugar. No demasiado grande, y así debe ser, porque para construir el futuro hace falta ligereza en el alma y fe en las personas.

Me pregunto cómo proteger a mi prole de tan terribles vivencias y a su vez cuidar la Memoria de lo sucedido. Cómo aplicar el aprendizaje de tan amarga herencia.

La palabra. La palabra es balsámica, terapéutica. Decir palabras, escuchar palabras. Deberíamos aprender. Dejar al clan de lado y centrarnos en la persona. Quienes conformamos la humanidad, lo hemos demostrado, somos capaces de perpetrar las más terribles perversiones en nombre del colectivo, del grupo.

Hacer frente al fanatismo respetando la diversidad para lograr la igualdad.

Hay culturas que facilitan la palabra y culturas que la niegan. En éstas, no se busca el sentido de lo sucedido, se pierde la propia identidad. Son culturas del abandono que dejan que cada cual salve su vida y que apartan socialmente a las víctimas.

Aquí sucedió algo parecido tras la guerra. Se negó la palabra a quienes la sufrieron y se dió todo por finalizado. La consigna era que había que seguir, todo el mundo había sufrido. No interesaba lo que tenían que contar, no se les creía. Tras la agresión de la guerra sufrieron la agresión de una cultura que no les protegía. En otras sociedades se ofrecieron oportunidades para retomar el propio desarrollo dando espacio a la palabra. A la palabra sanadora.

Hoy, a nuestros hijos e hijas les damos la palabra, tomamos la palabra de nuestros mayores y también yo os brindo mi palabra. Gracias por escucharme.


Aurkene Redondo
Directora de Enbor kontsultoreak y Hotel Urune

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