Fotografía: Canal de Historia |
Siendo de Gernika, desde niña he escuchado historias y anécdotas
relacionadas con el Bombardeo. En la escuela realizábamos narraciones y redacciones
sobre las historias de nuestros mayores. Hasta fuimos a Madrid a ver la gigantesca
obra de Picasso.
Aquel terrible acontecimiento que hoy es parte de la historia, conforma el
ser de quienes somos de Gernika. Vivencia en primera persona de familiares,
de “aittitte” y “amuma” (abuelo y abuela),
recordada con semblante sombrío y tristeza en el alma.
En el transcurso de los años que nos llevan de la niñez a la madurez, se
concreta la imagen de lo sucedido y se esculpe en el corazón una especial
muesca que dota de sentido al hecho de ser de Gernika.
Tendría unos doce años cuando pregunté a aittitte y amuma cómo
vivieron aquellos días del Bombardeo. Mi abuela lo contaba llorando. Mi abuelo,
callaba las lágrimas y mostraba la determinación del silencio como ofrenda.
La mujer coge a los niños y huye al
monte. Salva la vida gracias a la suerte o quizás al mero azar de cambiar de sitio.
El niño tiene hambre. Ciega de terror, las tripas puestas en poner a salvo a
los pequeños, pasos cansados cruzando montes, cae al río y a punto está de
morir ahogada, personas amigas inertes en la tierra, fuego, humo, huir, huir, criaturas
que lloran, hambre, y caminar … el barco, clandestino, a Francia. Lágrimas
rotas … el marido en algún lugar en el frente.
- Aittitte, ¿mataste a alguien? Mirada triste y oscura profundidad, sonrisa
cansada. Y la nada.
Creo que la maternidad y los años nos dotan de otro prisma. Yo hoy, ahora,
entiendo mejor la pasión por defender a las propias crías, la fuerza de querer
vivir, me asomo al abismo insondable de vivir sin saber si el amado vive, conozco
algunas caras de la muerte, … y aún no sé nada.
Yo no volví de Francia a casa de mi madre, sin nada. Yo no busqué trabajo
aquellos años, no recorrí las cárceles buscando a mi marido, queriendo saber …
o no. No me preparé para escuchar la sentencia de muerte por fusilamiento de mi
marido para después, quién sabe por qué, cambiara por la podredumbre del cuerpo
y del alma, enjaulada durante tres años. Ni siquiera alcanzo a imaginar el
primer encuentro de marido y mujer en la cárcel, saber que están vivas ellas,
saber que está vivo él … jóvenes ancianos.
Se quiebran las almas, se
descomponen los valores, el ser persona, … En casa de mi tía, una caja de
madera tallada en la cárcel. Manos jóvenes y vieja navaja que esculpen los
nombres de los hijos y de la hija, el nombre de la esposa. Cincelados los
sentimientos y las heridas del alma, talladas las angustias, los miedos, las
esperanzas.
Hoy mi hijo ha contado en la escuela lo que su abuela escuchó de niña en
casa, lo que su abuelo vivió con tres años de edad. Es un niño que se preocupa
y entiende, tanto como se lo permiten sus diez años. En el azul de sus ojos asoma
sobre todo la fuerza de vivir. En un universo tecnológico surcado por
dinosaurios, pokemon y dragones mágicos, el Bombardeo de Gernika ocupa un lugar.
No demasiado grande, y así debe ser, porque para construir el futuro hace falta
ligereza en el alma y fe en las personas.
Me pregunto cómo proteger a mi prole de tan terribles vivencias y a su vez
cuidar la Memoria de lo sucedido. Cómo aplicar el aprendizaje de tan amarga herencia.
La palabra. La palabra es balsámica, terapéutica. Decir palabras, escuchar
palabras. Deberíamos aprender. Dejar al clan de lado y centrarnos en la persona.
Quienes conformamos la humanidad, lo hemos demostrado, somos capaces de perpetrar
las más terribles perversiones en nombre del colectivo, del grupo.
Hacer frente al fanatismo respetando la diversidad para lograr la igualdad.
Hay culturas que facilitan la palabra y culturas que la niegan. En éstas,
no se busca el sentido de lo sucedido, se pierde la propia identidad. Son
culturas del abandono que dejan que cada cual salve su vida y que apartan
socialmente a las víctimas.
Aquí sucedió algo parecido tras la guerra. Se negó la palabra a quienes la
sufrieron y se dió todo por finalizado. La consigna era que había que seguir,
todo el mundo había sufrido. No interesaba lo que tenían que contar, no se les
creía. Tras la agresión de la guerra sufrieron la agresión de una cultura que
no les protegía. En otras sociedades se ofrecieron oportunidades para retomar
el propio desarrollo dando espacio a la palabra. A la palabra sanadora.
Hoy, a nuestros hijos e hijas les damos la palabra, tomamos la palabra de
nuestros mayores y también yo os brindo mi palabra. Gracias por escucharme.
Aurkene Redondo
Directora de Enbor kontsultoreak y Hotel Urune
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